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Viajar a Marruecos

Viaje 1992 - 6ª Etapa: Tinerhir / Erg Chebbi

 


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22 Agosto 1992, Sábado.

Desayunamos de nuevo en el hotel, mientras planificamos la jornada. Decidimos dirigirnos directamente hacia Rissani y el desierto. Embarcamos todos los "cachibaches" y nos ponemos en camino, esta vez sin dejar en ningún momento atrás a las motos. Circulamos por la carretera estrecha (P-32) en la que hace dos días tuvimos el accidente, aunque de día no parece igual de terrible. Avanzamos hacia el este hasta Tinejdad, en donde nos desviamos por una carretera "comarcal", que viene a ser una pista asfaltada, en dirección a Erfoud. Las grandes llanuras se extienden a los lados de la carretera hasta el horizonte y parecen llamarnos, las escuchamos y abandonamos el asfalto para circular anárquicamente campo a través. Es magnífico, el suelo es completamente plano y se puede rodar muy deprisa. Vamos dejando una fina nube de polvo a nuestro paso, procuramos no perder de vista la carretera ya que en esta inmensidad resulta fácil tomar el camino equivocado y alejarse mucho del lugar al que se quiere llegar.

- Camino de Rissani.

Hacemos un par de paradas y como siempre, todos nos acercamos al coche de José y Montse a suplicar un trago de agua fresca de la nevera (estupendo invento). La verdad es que el calor nos hace que empapemos el líquido como si fuésemos esponjas, y que el consumo de agua sea muy alto. A medida que avanzamos hacia el sur comenzamos a observar una especie de túmulos a los lados de la carretera, cientos de ellos, es Carlos quien se da cuenta de lo que son, nos detenemos para observarlos de cerca y Carlos nos explica que se trata de antiguos pozos de agua, que captan los freáticos que vienen desde las montañas del Alto Atlas. Los pozos son unos montículos de tierra, de unos tres metros de alto, con un agujero en la parte superior. Forman hileras que se dirigen al Sudeste, captando las subterráneas aguas del Oued Rheris, en las épocas en que no fluyen por la superficie. En la antigüedad se sucedieron las luchas por el control de los pozos, vitales para la supervivencia en esta tierra agreste. Trepamos a alguno de ellos, pero no se ve agua en el interior.

- Nacho.

Mientras comemos se levanta un viento que nos lo pone difícil, además un tropel de críos y algún que otro adulto, nos rodean y observan con atención todo cuanto hacemos o quizás la comida que nos estamos dando. Nos sentimos incómodos con la situación y nos dan pena. Cuando nos vamos, recogen todo cuanto dejamos allí; latas vacías, botes, etc... al parecer lo que nosotros tiramos a la basura, aun es práctico para ellos. Continuamos nuestro camino en silencio, reflexionando sobre un hecho, que nos plantea problemas de conciencia, pero no por eso deja de ser común en la mayoría de los países africanos, inmersos en un subdesarrollo crónico, en el que las diferencias sociales son mucho más agudas que en el "primer mundo". Aquí unos pocos hombres ricos, aglutinan el poder religioso y político, mientras que la inmensa mayoría, cuando no vive con la máxima sencillez, lo hace en la miseria. Lo que en cualquier país occidental supone la mayoría de la población; la clase media, en estos países no existe.

A media tarde alcanzamos Rissani, tenemos un pequeño lío con las calles y finalmente llegamos a la Maisson Tuareg, especie de bazar, que conocemos desde nuestro viaje en 1990. Curioseamos por las habitaciones llenas de trastos, hasta que nos concentran a todos en la habitación principal, para invitarnos a un té de menta y darnos la consabida charla sobre los misterios ocultos de las alfombras bereberes. Los nuevos, como buenos alumnos prestan más atención que los veteranos, que preferimos seguir curioseando un rato más por los distintos cubículos del bazar. Finalmente todos salimos con algo debajo del brazo, como siempre los expertos vendedores nos han liado para que nos dejemos unas divisas en su establecimiento. Al salir a la calle encontramos de nuevo al grupo de todo-terrenos catalanes que nos cruzamos en el Atlas. Compramos agua y reiniciamos la marcha.

El primer intento por encontrar la pista que nos conducirá fuera del oasis, falla. A la segunda acertamos, como siempre una multitud de "guías expertos"; chavales del pueblo sin nada mejor que hacer, se ofrecen con una insistencia difícil de soportar. Nos alejamos de ellos por la polvorienta pista que bordea el antiguo palacio de Moulay Ali Cherif, cuna de la actual dinastía Alauita. Al circular se levantan nubes de polvo tan espesas que anulan por completo la visión del coche que viene detrás, haciendo necesario guardar una distancia prudencial con el vehículo que nos precede, así como colocarnos pañuelos en la cara, al estilo forajido del Far-West, para evitar en lo posible respirar la nube que levantamos. Nos detenemos para filmar el espectáculo y una capa de polvillo se nos va adhiriendo lentamente al cuerpo y al pelo. Los dos guías más insistentes nos alcanzan montados en una "Mobilette", para seguir dándonos la paliza, así que huimos hacia el desierto.

- Bar musical (Youssef).

Al salir del oasis de Tafilalt, encontramos de nuevo el Bar Musical, un chamizo solitario, atendido por unos hermanos músicos, que tocan desde la pandereta hasta el violín. Tomamos unas Coca-Colas, mientras el dueño nos "deleita", con monótonas melodías y algunos de nosotros le acompañamos, haciendo pinitos con los bongos y la pandereta, Chuchi nos da un verdadero recital de "violín estridente". Otros se dedican a buscar fósiles por los alrededores, e incluso los encuentran.

Nos alejamos de allí, internándonos en una de las grandes llanuras del desierto marroquí. Ante nuestros ojos hay una inmensidad plana, en la que pistas paralelas se bifurcan y se vuelven a unir a cada paso, formando un entramado laberíntico que se dirige inexorablemente al sur. Circular por estos parajes me produce una extraña excitación y una sensación de libertad muy especial, únicamente en estos lugares se puede palpar la auténtica aventura, todos tenemos una mueca de satisfacción al adentrarnos en el desierto. El sol se va acercando poco a poco al horizonte y aun tenemos que llegar a Merzouga, un pequeño poblado enclavado junto al Erg Chebbi. El Erg es un gran desierto de arena, cuyas dunas ostentan el título de ser las más altas del planeta. Queremos llegar allí para ver el amanecer, según dicen quiénes lo han visto es un espectáculo difícil de olvidar. En un momento dado la luz del atardecer nos descubre una pequeña línea anaranjada en el horizonte, nos detenemos y al mirar detenidamente con los prismáticos, comprobamos que se trata de las dunas del Erg Chebbi, aun muy lejos. Aprovechamos el momento de júbilo para hacernos una foto de grupo, de esas que quedan para la posteridad...

Un poco más allá, encontramos un grupo de camellos y algunos de nosotros nos lanzamos a una emocionante persecución. Pese a nuestras monturas mecánicas, la rapidez de los camellos en su medio es muy considerable y nos cuesta seguir su ritmo, tratamos de llevarlos hacia donde está Chuchi con la cámara de vídeo, pero no tenemos demasiado éxito como cawboys. La luz se ha vuelto tenue y la excitación de la carrera hace que preste menos atención de la que debiese a las irregularidades del terreno, que en un momento dado desaparece bajo las ruedas de mi Suzuki, el cual se vuelve a encontrar con el suelo unos metros más allá con un estruendo enorme, toda la carga salta por los aires y una lluvia de objetos contundentes cae sobre el salpicadero y mi persona, llegando a salirse algunas cosas por las ventanillas abiertas. Cuando consigo detener el coche, me apeo frotándome la cabeza, que aun me tiembla del golpe que le he pegado al techo, y examino los bajos del "Suzu", rogando por no descubrir otra nueva catástrofe. Afortunadamente, parece que no hay nada roto, abandono la persecución y regreso junto a los demás. Chuchi no para de soltar juramentos, ya que no consigue hacer que la cámara de vídeo enfoque correctamente. Nati parece haber tenido también algunos problemas, se ha caído de la moto, pero tampoco la cosa ha tenido mayores consecuencias. Las dunas ya están más cerca y por inaudito que parezca los dos guías de la "Mobilette", llegan en ese momento hasta donde nosotros estamos y continúan intentando vendernos sus servicios. Arrancamos y salimos zumbando hacia el Erg.

- Pisando arena.

Ya es casi de noche cuando llegamos a las primeras dunas. El Erg se extiende de norte a sur, enmedio del gran "desierto de piedrecitas" (hamada), como hemos dado en llamar al desierto que no es de arena, pocos kilómetros más al sur, la frontera Argelina una línea inexistente para cualquier viajero que no recorra el Sahara sobre un mapa. En el mismo borde de las dunas llegamos a una pequeña construcción de adobe, un "albergue". Nada más detenernos para hacer una inspección del lugar, aparecen los de la "Mobilette", ¡que plasta!, esta gente no sabe lo que es rendirse. El sitio no nos convence y nos da rabia quedarnos en donde quieren los "guías-moscón". Algunos prefieren no continuar circulando por el desierto de noche, por si acaso nos perdemos, pero finalmente triunfan las tesis de los más aventureros y nos largamos. Al fin y al cabo, sabemos que a nuestra izquierda están las inexpugnables dunas del erg, con no separarnos mucho de ellas, debiéramos llegar a Merzouga sin mayores dificultades, y en el peor de los casos dormir al raso en el desierto, lo que parece una idea muy sugerente.

La oscuridad ya es total y Merzouga parece haber desaparecido del mapa. Cuando ya hemos recorrido unos cuantos kilómetros, el suelo comienza a presentar un fenómeno típico de las pistas del desierto, lo que se conoce comúnmente como "uralita" o "Tole ondulee". Consiste en unas arrugas transversales al sentido de la marcha, que hacen ésta insoportable. Los vehículos van rebotando de montículo en montículo y nos vibra hasta la "palotilla". Observo constantemente en el retrovisor las luces de los otros, distorsionadas por la vibración, que hace que parezcan más de los que son. Hacemos una parada en un cruce de pistas para reagruparnos, compruebo que no se trata de un efecto óptico, si no que el grupo de vehículos ha aumentado realmente, se detienen a nuestro lado unos todo-terreno franceses, que al igual que nosotros miran el mapa como si se tratase de un jeroglífico. Tampoco ellos encuentran Merzouga. Como no podemos aportarnos ninguna luz, los franceses deciden seguir de frente y nosotros girar a la derecha. Al cabo de un rato, llego a la conclusión de que vamos mal, así que damos media vuelta y regresamos por donde hemos venido. Llegamos al cruce a la vez que los "gabachos", que también han decidido que su camino no es correcto, así que tiramos todos por el camino de la izquierda. Kilómetro y pico después, nos encontramos de pronto con una hilera de casas de adobe, que a la luz de nuestros faros parecen un pueblo fantasma.

Toda la comitiva de europeos nos detenemos y una auténtica marabunta humana aparece entre las casas y nos rodea, intentando convencernos de que esto es Merzouga. Miramos el plano una y otra vez y no acabamos de creernos que estemos realmente en donde nos dicen. Cada movimiento que hacemos es seguido de cerca por una multitud de curiosos, que ponen los nervios de punta a algunos de nosotros. Los franceses se deciden por continuar adelante y nosotros nos quedamos un rato más pensándolo. Vemos una luz que se acerca en dirección contraria y poco a poco el sonido de un motor, cada vez más nítido hasta que de pronto aparece un 4L, que se detiene cerca de nosotros. Nos acercamos a ver si nos pueden informar de donde demonios estamos y nos encontramos con un catalán vestido de pirata, acompañado por un chófer nativo que debe hacer las veces de guía. Nos dice que esto no es Merzouga, pero que está a unos cinco kilómetros de aquí en la misma dirección, aunque no es muy diferente. Al comentarle nuestra intención de pernoctar en uno de esos albergues del desierto para dormir sobre el tejado y ver amanecer, nos dice que él se queda en uno que no está mal y que además se encuentra muy metido en las dunas. Decidimos que el sitio nos conviene y como algunos se están comenzando a poner nerviosos, salimos detrás del 4L.

El conductor nativo, resulta ser una especie de Carlos Sainz, al que es difícil dar alcance. Como veo que los demás se empiezan a quedar rezagados, le tiro las largas al 4-L y finalmente se detiene. Mientras esperamos a que lleguen los otros, el catalán me explica que el lugar a donde vamos se llama Yasmina y está a pocos kilómetros siguiendo la "pista", también me dice que es "muy fácil llegar". Cuando vienen los demás continuamos la marcha. Casi sin darnos cuenta un fuerte viento se levanta y comienza a arrastrar la arena a su paso, la visibilidad se reduce por momentos y el árabe no afloja el ritmo. La "uralita" hace que la brújula comience a dar vueltas como loca y resulta imposible orientarse, casi no veo la pista, dejo que el 4-L y el Patrol que van delante se alejen para no perder de vista a los demás. Como solamente veo las tenues luces traseras del Patrol, ya no voy por la pista sino que sigo sus luces por el camino más corto, en línea recta y el coche no para de dar saltos por encima de todos los montículos que encontramos. Los de atrás han desaparecido del todo, así que me detengo a esperarles.

La tormenta de arena ya es impresionante y apenas consigo ver un par de metros por delante del coche, que se mueve a cada ráfaga. Es emocionante, uno de los fenómenos más bellos e inusuales que conozco es una tormenta de arena, hace que te sientas pequeño e insignificante, la oscuridad de la noche acrecienta si cabe esa sensación. Isa, que viene conmigo en el coche no parece tan entusiasmada. Pese ha habernos detenido hace rato, sigo sin ver acercarse ninguna luz, así que me protejo la cara con un pañuelo y salgo del coche, el viento es cada vez más fuerte, me subo al techo del "Suzu" con una linterna potente y comienzo a hacer señaales en la dirección en que se supone que deben de estar los demás. Isa me grita algo desde abajo, pero apenas la oigo, cuando me bajo me dice que se acerca alguien son los dos "moteros" que han visto mis señales (Nati y Juan), pero del resto de la gente ni rastro. Es de suponer que Candela haya dado caña para no perder al catalán, pero tampoco sabemos nada de él. Ideamos un plan de "rescate"; yo seguiré alumbrando con la linterna desde el techo del coche y los "moteros" avanzaran hacia atrás, hasta que ya casi no vean mi luz, momento en que uno de ellos se detendrá y enfocará con la larga, para que el otro siga avanzando hasta que casi no le vea. Creemos que con la distancia que alcance la luz del que llegue más lejos, será suficiente para que los otros la vean y encuentren el camino. Si no diese resultado, simplemente habrá que sentarse y esperar a que amaine el viento.

Las motos se alejan y yo las pierdo de vista por completo, pero no dejo de alumbrar en esa dirección. Va pasando el tiempo y no sucede nada, por más que intento penetrar la oscuridad con la mirada, lo único que consigo es darme cuenta de que me escuecen los ojos por la arena y se me están poniendo rojos como los de Drácula. De pronto un reflejo y luego otro, vemos un resplandor que se acerca y que poco a poco se va haciendo mayor, sin duda son ellos, aunque el fuerte viento no nos deja oír aun sus motores. Llegan todos sanos y salvos. Salto del coche y me acerco a comentar la odisea con los recién llegados, pero en lugar de estar contentos, están histéricos. Al cabo de unos 15 minutos el viento afloja ligeramente y la visivilidad aumenta a unos cuatro metros. En dirección contraria llegan otras luces, es Candela con el Patrol, ha dejado a Chuchi, Montse y Belén en Yasmina y ha vuelto sobre sus rodadas a buscarnos. Le seguimos y en poco más de un cuarto de hora llegamos junto a una construcción cerrada a cal y canto para que no entre la arena, allí están esperándonos los que iban con Jose. Aparcamos los coches y entramos.

Cruzar el umbral es como entrar en otro mundo, cerramos la puerta detrás nuestro y cesa el vendaval de arena. El primer vistazo al interior es tan fuerte como la tormenta, la música árabe procedente de un radio-cassette inunda un local tenuemente iluminado en el que se agolpa una pequeña multitud con un aspecto más que dudoso, compuesta por una mezcla de españoles, portugueses y árabes, charlando animadamente en medio de una atmósfera tan cargada de humo y olor a hachís, que se podría cortar con un cuchillo. No sé como es un fumadero de opio, pero estoy seguro de que ésto, es lo más parecido que se puede encontrar en Marruecos. El ambiente entre nosotros también es muy "denso", al parecer hay quién opina que dejar atrás el primer tugurio en el que paramos ha sido un error capital, a consecuencia del cual hemos pasado por la "traumática experiencia" de perdernos en una tormenta de arena en medio de ninguna parte. Personalmente no puedo entender que alguien encuentre traumático lo que, a mi modo de ver, ha sido una experiencia emocionante y auténtica, pero, para gustos están los colores.

La tormenta amaina y los ánimos también, la terraza posterior del Yasmina va cobrando vida a medida que la gente sale del "fumadero". Nos acomodamos en una mesa y algún empleado saca un lumingas a la calle, la tenue luz hace que las cosas mejoren aún más, sobre todo cuando nos dicen que podemos cenar. Aprovechamos para echarle un vistazo al tejado, en donde se supone que pasaremos la noche, la verdad es que no está tan mal, se trata de una amplia terraza de adobe rodeada por un murete bajo. El catalán que nos encontró se une a nosotros después de la cena y pasamos un rato agradable charlando sobre la región, que al parecer él conoce muy bien, ya que incluso ha recorrido el desierto de arena andando, de punta a punta, dando una vuelta entera alrededor. Llega un momento en que el cansancio se hace patente y vamos subiendo al "tejado" para descansar. Colocamos los sacos de manera que el pequeño muro que sirve de borde de la terraza, nos proteja de la brisa que aun sopla y nos echamos al sobre. Nadie se quiere dormir, por no dejar de contemplar el cielo. Es simplemente impresionante, parece como si pudiésemos palpar las estrellas con solo estirar el brazo. La vía láctea se ve tan nítida como si estuviese pintada y el número de estrellas que se observan a simple vista quintuplica el de la mejor noche en la Peninsula Iberica. Los meteoritos dan un toque mágico al conjunto y nos dormimos pidiendo deseos...

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